Por Raúl Coronel. @_raulcoronel
A mis 26 años, un mes antes de que mi hermano mayor contrajera matrimonio, tuve mi primer ataque de pánico. Fue a las 23:00 horas, corrí por toda la casa porque sentía que iba a morir. Trataba de encontrar algo que me aliviara, mi papá y mi hermano me pidieron que me tranquilizara, pero era imposible, la cabeza me daba vueltas, me dolía el pecho, no podía respirar...
Después de 20 minutos llegó una de mis hermanas y me llevaron hasta el centro de salud de la ciudad. Al llegar al lugar, tanto pacientes como el personal de blanco comenzaron a reír de mi estado, ya que pensaban que estaba drogado. Me recostaba en los hombros de mi hermana y sólo lloraba, no sabía qué más hacer... En el nosocomio me indicaron que sufría de un ataque de ansiedad, me dieron una pastilla y me recomendaron ir al psiquiatra.
Los síntomas siguieron por los siguientes días, pero sólo por las noches, lo que complicaba mucho más la situación.
Fui a clínicos, neurólogos, oculistas y cardiólogos, para intentar descartar alguna enfermedad que me estuviera atacando, pero afortunadamente o para mi infortunio en ese momento, se trataba de un trastorno de pánico. Uno de los médicos, me recetó un medicamento llamado “Neuril”, lo que bajaba ampliamente mi sensación de ansiedad y me hacía descansar rápidamente. Ahí comenzó mi amistad y enemistad con el Clonazepam.
Finalmente, luego de cuatro meses tomé valor y fui al psicólogo. Ahí pude descubrir cuál era una de las razones que me tenían mal: no tuve oportunidad de disfrutar de mi madre y tampoco de llorarla como lo merecía.
Posteriormente fui a un psiquiatra ya que estaba entrando en un cuadro de depresión (claro, no les había mencionado que quedé sin trabajo).
Casi un año estuve así; con el Neuril acompañándome en el bolsillo ante cualquier caso, dejé de salir, dejé se viajar, hasta dejé de compartir con las personas que quería, porque tenía miedo de que el pánico se apoderará de mí y nuevamente me hiciera sufrir como lo hizo antes. Muchos amigos se alejaron, porque creyeron que yo estaba intentando sabotear la amistad, pero jamás se dignaron a preguntarme, cuáles eran mis miedos y tampoco me acompañaron.
Un año más y el Neuril seguía presente, mi médico tratante me decía que estaba bien, que no era dependiente, que mis miedos se irían pronto.
Un año más y seguimos… No sé por cuánto tiempo está relación agobiante se mantendrá, no sé si mi fiel amiga tranquilizadora finalmente se irá de mi vida. Lo que sí sé, es que en este tiempo pude proyectarme y ser yo mismo, crecer y creer en mis capacidades, confiar en los amigos y aferrarme plenamente a mi familia.
Al comenzar el año, un amigo me decía: "Yo sé que este año será grandioso para ti", y yo dentro mío decía, "espero que sí". Porque a pesar de todo, de las enfermedades, de las necesidades monetarias, de no poder terminar la facultad con mis amigos, me quedan los momentos únicos, que el pánico ni el Neuril podrán arrebatarme.
Hoy mi lucha es distinta, mi camino es largo y la meta no importa, porque siempre será mucho más importante ese andar que inicié.